El mundo escudriñado detrás de una barra.

Al otro lado

Cuando era pequeño quería ser un astronauta, bueno, he hecho a más de uno ver las estrellas pero no a través de un trasbordador espacial y he conocido seres que bien podrían venir de un planeta lejano, o al menos eso es lo que desearían ellos.

Recuerdo esto, mientras paso la fregona por el local y borro todas sus huellas, para que todo vuelva a estar igual a como empezó, mi particular big bang.


Muchas de estas personas ya estarán durmiendo plácidamente y no recordaran nada de lo que han hecho hoy, por mi parte, mi misión es la de ser la gran conciencia que atestigüe su paso por este mundo.

No pretendo ser dios, no soy mejor que ellos, juntos formamos un gran club de perdedores condenados al olvido, sin embargo, paro un momento y miro las noticias en la tele y me doy cuenta de que el mundo ahí fuera no es un lugar mucho mejor, lo que pasa aquí no es más que una reproducción a pequeña escala del mundo exterior, algo en mi interior me dice que se puede encontrar la cura dentro de la enfermedad, estas vidas anónimas son el verdadero reflejo de nuestra sociedad, y no la gente que aparecerá en los libros de historia.

Tratare de ordenar el cosmos desde detrás de la barra.

lunes, 14 de marzo de 2011

Marina

De niña Marina se pasaba el día entrenando, soñaba con ser una gran esgrimista. Cuando veía El Gatopardo sentía una extraña nostalgia de aquel tiempo, le hubiese encantado vivir entonces y ser la única espadachín del mundo, batiéndose en duelo con cualquiera que la retase. Como eso era imposible, se conformaba con el sucedáneo de practicar su deporte preferido. 

Tras muchos combates y mucho esfuerzo logró su sueño, un montón de medallas que se convirtieron en su tesoro más preciado. Pero la esgrima en un país como España no parece ser un oficio que le asegure el futuro a nadie, por lo que Marina, aprovechando que venía de una familia acomodada, decidió montar un negocio de importación-exportación. Así logró hacerse con un montón de dinero y las medallas quedaron relegadas al último cajón de su armario. Una inmensa flota de coches de lujo, viajes por el mundo, casas, drogas, vestidos… esos fueron los nuevos tesoros de Marina, tesoros de los que tuvo que despojarse al quebrar su empresa. 
Ahora sólo conserva sus medallas y una enorme deuda. En un intento desesperado de conservar su tesoro de juventud ha decidido llamar a los medios para que se hagan eco de su situación. Lacrimógenos reportajes han intentando que el pueblo se apiade de ella y así no tenga que vender sus preciadas medallas de oro. Pero cada uno ya tiene suficiente con lo suyo. Mientras, en una pared del bar, entre escudos del Real Madrid y extraños objetos de merchandising, una victoriosa foto de Marina sigue allí colgada, pese a que haga años que ella no pasa por allí.