Jesús y Alberto son los “munipas” del barrio, a los dos les conozco desde que eran unos “pitufos”. Todas las mañanas vienen a desayunar al bar, siempre me gusta joder a Jesús poniéndole un toque irlandés en su café. Sé de sobra que no puede beber estando de servicio, pero el muy cabrón finge no darse cuenta del sabor a whisky y se lo acaba tomando sin rechistar.
Si Jesús no hubiese entrado a la policía hubiese sido un delincuente, de hecho no estoy muy seguro si no lo es pese a llevar un uniforme. En el instituto era el más liante de todos sus compañeros, dedicaba su vida a joder la de los demás. Siempre andaba metido en todo o metiéndose de todo. Sus padres tenían claro que ya que iba a pasar la vida en una comisaría, sería mejor que por lo menos cobrase por ello. Aunque para cobrar, cobrar… los que cobran son los niñatos que se pasan de listos delante de él. Pese a que hay algo en ellos que le recuerda a él mismo, Jesús se muestra. Un día se jactaba en el bar de lo que le había hecho a uno de esos críos ese mismo día. Un “perroflauta” que cometió el error de gritarle a Jesús mientras le cacheaban: “¡Más os tenían que matar!”. Al llegar a la comisaría Jesús saco un par de “gramos” del “cajón de los marrones” y los metió en una bolsa junto a una china de hachís incautada al incauto melenudo. En menos de un mes le llegará la denuncia, y lo que nunca podrá demostrar es que aquella papela pertenecía a otro joven que fue más educado con Jesús.
Su compañero ríe mientras escucha la anécdota, pero en realidad Alberto es completamente distinto al capullo de su amigo. Alberto es listo, trabajador y honrado, además de ser un buen policía, pero le permite todo a Jesús porque siempre han sido amigos, siempre le ha tenido mucho respeto. La familia de Alberto no tiene dinero y cuando cumplió los 18, su padre le dio a elegir entre prepararse las oposiciones para policía o meterse a repartir embutidos con él. Alberto decidió ser policía, pero aún así se pasa el día igual que su padre; conduciendo de aquí para allá llevando la parte de atrás del vehículo llena de “chorizos”. En todo lo que lleva de policía sólo ha perdido una vez los papeles. Cuando un pijo universitario le lanzó una botella de Martini llamándole fascista. Alberto le dio un puñetazo al joven que se derrumbo en el suelo en el acto. Jesús le cubrió las espaldas a Alberto. “Jesús se pasa a veces, pero uno siempre puede contar con él.”
Su compañero ríe mientras escucha la anécdota, pero en realidad Alberto es completamente distinto al capullo de su amigo. Alberto es listo, trabajador y honrado, además de ser un buen policía, pero le permite todo a Jesús porque siempre han sido amigos, siempre le ha tenido mucho respeto. La familia de Alberto no tiene dinero y cuando cumplió los 18, su padre le dio a elegir entre prepararse las oposiciones para policía o meterse a repartir embutidos con él. Alberto decidió ser policía, pero aún así se pasa el día igual que su padre; conduciendo de aquí para allá llevando la parte de atrás del vehículo llena de “chorizos”. En todo lo que lleva de policía sólo ha perdido una vez los papeles. Cuando un pijo universitario le lanzó una botella de Martini llamándole fascista. Alberto le dio un puñetazo al joven que se derrumbo en el suelo en el acto. Jesús le cubrió las espaldas a Alberto. “Jesús se pasa a veces, pero uno siempre puede contar con él.”
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