Era una tranquila tarde de septiembre, los 28º de la calle apenas se hacían notar en el bar, las melodías de una máquina tragaperras incentivada por las monedas de Atilano eran nuestra sedante banda sonora mientras el verano insistía en prolongarse hasta el mes de octubre, de repente el oscuro local se inundo de luz, alguien acababa de entrar y con ello había elevado la media de edad considerablemente.
Nada menos que la madre de Valentín, su hijo se puso colorado como un tomate al verla y despegó inmediatamente su temblorosa mano del whisky, como si no fuera para él; su madre le explicó que por lo visto habían cerrado la pastelería a la que solía ir a tomar el té con Prudencia, y habían tenido la ocurrencia de ir a hacerle compañía a su solitario hijo. Era evidente que Valentín no estaba cómodo con aquellas dos señoras y, tras unos minutos de cortesía, se despidió aludiendo a que debía corregir unos exámenes (pese a que el año lectivo apenas acababa de empezar…), entonces Agatha y Prudencia se sentaron en una de las mesitas junto a la ventana y sobre ellas reposaron sus bolsos.
Mientras servía el té a aquellas señoras, Agatha me preguntó si podía sacarle unas pastitas para acompañar; bueno…, lo cierto es que no tenía nada de eso, nunca lo había tenido porque mi bar estaba enfocado a otro tipo de público, pero justo en ese momento recordé que Dafne me había traído una caja de “brownies” de su viaje a Ámsterdam, coloque los bizcochos sobre una bandeja plateada y se los serví ante sus miradas de satisfacción, quizá me tachéis de moñas pero me encanta ver esa cara en mis clientes.
Si antes eran las melodías de la tragaperras la banda sonora del local, ahora solo se oían las sonoras carcajadas de Agatha y Prudencia… No sé que estarían hablando las alegres jubiladas pero lloraban de la felicidad.
Nuevamente, se hizo la luz en la oscuridad del bar y las caras de Agatha y Prudencia se tornaron en disgusto mientras Patrick entraba con cinco gafas de sol sobre su cabeza, al menos un centenar de pulseritas en sus brazos y un maletín lleno de relojes de imitación… “¡¡¡UN NEGRO!!”, fue el saludo descortés de Prudencia, constatando el color de la piel de Patrick como si fuera un hecho imperceptible para el resto; este senegalés había venido a España lleno de ilusión para ahora tener que malvivir gracias a la venta ambulante de baratijas (quizá otro día os hable de él); a Agatha se le cayó la taza de té y ambas se quedaron rígidas y silenciosas hasta que Patrick volvió a salir del local apesadumbrado por la evidente mentalidad retrograda de las ancianas. A ambas se les escapo una risita ahogada por poco tiempo, pues rápidamente iría en aumento e incluso se vería amplificada; sin duda, volvían a estar completamente desinhibidas y ya se podían oír a Agatha hablando del miedo que había pasado o a Prudencia tratando de averiguar si su compañera había notado el mal olor que emanaba el africano… Ya no quedaba ni un solo “brownie” en la bandeja y casi todo el té estaba desparramado por la mesa, por supuesto mi disgusto era evidente. Aquello era un show dantesco e incluso Atilano sintió vergüenza ajena, abandono el vicio y se fue a su casa; tampoco podía echarlas, así que decidí pasar la fregona para ver si comprendían que allí estaban de más…; y por supuesto no lo entendieron, sino que me dijeron “niño, ¡sácanos un plato de jamón serrano!” … Joder, odio que me hablen de esa manera…, dudo mucho que a nadie le guste, ¡que cojones!
Les puse un plato de jamón con bien de grasa a aquellas puercas, si querían blanco allí lo iban a tener. Solo en los documentales había visto a las hienas comer con tanta voracidad… Mientras engullían el alimento ruidosamente pude deleitarme escuchando algunos otros comentarios: lo bien que se estaba con el “caudillo”, lo importante que era mantener la familia y la pureza de raza (pese a que Prudencia no tenía hijos y a Agatha le había salido un completo pusilánime) o incluso como nuestro actual presidente, el bendito Rajoy, había sido “abducido” tras su viaje a Méjico, por lo visto aquel era un país masón y los masones querían dominar el mundo con sus siniestras argucias…; como si no fuera bastante con la que estaba cayendo…
Esa misma noche estuve en el piso de Dafne y me explicó que aquellos “brownies” los había comprado en un “coffee shop” y por lo visto estaban rellenos de marihuana, gracias a dios al comer el jamón los efectos habían disminuido; ya era noche cerrada cuando las señoras se fueron del bar mientras halagaban mis productos y como daba gusto que todavía hubiera negocios regentados por españoles.
Al día siguiente vinieron con Agatha y Prudencia nada menos que otras ocho señoronas de la misma calaña, también querían probar aquellos deliciosos bizcochos, yo me excuse… “ya no me quedan más” , pero sÍ les saque un plato de jamón, esta vez lo corte de una pata en estado de semiputrefacción para ver si por fin captaban la indirecta; por supuesto nunca volví a verlas por aquí, aunque de vez en cuando, Valentín me informa de que su madre está interesada en saber si he vuelto a recibir bizcochos.