El mundo escudriñado detrás de una barra.

Al otro lado

Cuando era pequeño quería ser un astronauta, bueno, he hecho a más de uno ver las estrellas pero no a través de un trasbordador espacial y he conocido seres que bien podrían venir de un planeta lejano, o al menos eso es lo que desearían ellos.

Recuerdo esto, mientras paso la fregona por el local y borro todas sus huellas, para que todo vuelva a estar igual a como empezó, mi particular big bang.


Muchas de estas personas ya estarán durmiendo plácidamente y no recordaran nada de lo que han hecho hoy, por mi parte, mi misión es la de ser la gran conciencia que atestigüe su paso por este mundo.

No pretendo ser dios, no soy mejor que ellos, juntos formamos un gran club de perdedores condenados al olvido, sin embargo, paro un momento y miro las noticias en la tele y me doy cuenta de que el mundo ahí fuera no es un lugar mucho mejor, lo que pasa aquí no es más que una reproducción a pequeña escala del mundo exterior, algo en mi interior me dice que se puede encontrar la cura dentro de la enfermedad, estas vidas anónimas son el verdadero reflejo de nuestra sociedad, y no la gente que aparecerá en los libros de historia.

Tratare de ordenar el cosmos desde detrás de la barra.

lunes, 7 de febrero de 2011

Ricardo

Ricardo pasa su vida en el tanatorio. Al igual que en la películas del Oeste, los buitres sobrevolaban en círculos los cuerpos de pistoleros moribundos, Ricardo y sus compañeros de oficio deambulan por las salas del tanatorio en busca de carroña fresca para alimentarse. Ricardo tiene 50 años y luce como uniforme perpetuo un traje de luto. Vestimenta acorde con el fúnebre vagón de metro que le lleva hasta el “trabajo” cada día; ha visto tantos cuerpos desfigurados por accidentes que tiene fobia a conducir un coche. 
Ricardo es comercial de una compañía de seguros. Su trabajo consiste en convencer a viudas desoladas para que elijan su pack mortuorio en vez del de la competencia. El sector funerario no se ha visto afectado por la crisis, “la gente muere igual que antes e incluso hay más suicidios”. Ricardo es realmente bueno en su trabajo, sabe aprovecharse del estado de shock de los familiares para colocarles el servicio estrella de la compañía.
Este trabajo le ha dado muchas satisfacciones, pero también ha terminado con su matrimonio y le ha convertido en un hipocondriaco. Trabajar con fallecidos, lejos de hacerle superar la idea de la muerte, ha incrementado su miedo a terminar como sus “clientes”. Por eso no para de hacerse todo tipo de pruebas y análisis. El proctólogo es el único especialista que se ha negado a visitar. La idea de que otro hombre le meta el dedo por su querido culo le aterra casi tanto como la propia muerte. Siempre que llega al bar me pide un zumo o alguna absurda bebida isotónica que acaban de sacar, como si uno de esos putos brebajes le fuesen a hacerle inmortal. Yo siempre le sirvo son rechistar, pero no puedo evitar sonreír pensando en que un puto gordo como él beba lo mismo que Rafa Nadal. Una noche tras acostarse con Samira, una prostituta que trabaja en la whiskería del barrio, descubrió algo no demasiado común; en el condón se mezclaba su sangre con su semen. 

Los médicos le han dicho que tiene un cáncer de próstata en un estado muy avanzado,  menos mal que Ricardo tiene un buen seguro.  


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