El mundo escudriñado detrás de una barra.

Al otro lado

Cuando era pequeño quería ser un astronauta, bueno, he hecho a más de uno ver las estrellas pero no a través de un trasbordador espacial y he conocido seres que bien podrían venir de un planeta lejano, o al menos eso es lo que desearían ellos.

Recuerdo esto, mientras paso la fregona por el local y borro todas sus huellas, para que todo vuelva a estar igual a como empezó, mi particular big bang.


Muchas de estas personas ya estarán durmiendo plácidamente y no recordaran nada de lo que han hecho hoy, por mi parte, mi misión es la de ser la gran conciencia que atestigüe su paso por este mundo.

No pretendo ser dios, no soy mejor que ellos, juntos formamos un gran club de perdedores condenados al olvido, sin embargo, paro un momento y miro las noticias en la tele y me doy cuenta de que el mundo ahí fuera no es un lugar mucho mejor, lo que pasa aquí no es más que una reproducción a pequeña escala del mundo exterior, algo en mi interior me dice que se puede encontrar la cura dentro de la enfermedad, estas vidas anónimas son el verdadero reflejo de nuestra sociedad, y no la gente que aparecerá en los libros de historia.

Tratare de ordenar el cosmos desde detrás de la barra.

jueves, 10 de febrero de 2011

Julián

Julián se ha dedicado al oficio de pistolero durante mucho tiempo, pero no esa clase de pistolero que era Clint Easwood en Por un puñado de dólares. Antes de que saliese el sol, Julián ya iba con su monovolumen camino del Yakarta, una cafetería situada en una esquina de plaza elíptica. En la puerta siempre le esperaban un buen número de ávidos inmigrantes ilegales, de los cuales cada día tenía que elegir a una afortunada cuadrilla; montaban en el vehículo y “camino al tajo”. Esta especie de capataces de nuestro tiempo son conocidos con el nombre de pistoleros. 

<<Lo peor de este trabajo es llenar mi coche de negros y panchitos… su olor a sudor se queda en la tapicería>>. Julián adoraba el olor a concesionario en la tapicería de su coche y siempre repetía la misma cantinela mientras jugaba al mus los domingos en una esquina del bar. Siempre perdía a las cartas y le tocaba pagar los pelotazos de sus amigos, pero eso nunca le importo mientas las cosas le iban bien. Los tiempos han cambiado, los pistoleros no han sido una excepción en el sector de la construcción y, al igual que muchos currelas, Julián cada vez tenía menos trabajo. Por esto un día tuvo que dejar de pagar las letras del monovolumen, el banco se lo quedo y ya la tapicería ni la huele.
Ahora es él quien espera en la acera del Yakarta rodeado de inmigrantes y los días que tiene más suerte monta en un monovolumen como el suyo, eso sí… esta vez él va en la parte de atrás.   


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