Lo primero que me gustaría destacar de Valentín es que este hombre, a lo último que hace honor es a su nombre; el bueno de Valentín es un cobarde, un cobarde redomado.
Y es muy consciente de ello; Valentín, siempre esta apenado y cabizbajo, la mayoría de las veces rechaza el contacto visual a la hora de pedirme que le ponga un “whisky on the rocks”, su bebida favorita que se lleva siempre a la boca con la mano temblorosa; puedo notar que me teme y eso que todo el mundo sabe que yo soy un pedazo de pan, mi faceta de cabroncete la libero a través de estas líneas, porque el resto del día soy una persona ejemplar, un ángel protector, el benefactor de todas estas ovejas descarriadas.
Ese no es el problema de Valentín, si vive atemorizado tiene muy buenas razones para ello. Yo no sé qué sería antes, si la actitud abúlica de Valentín o las putadas (en el sentido más estricto de la palabra) que le gastan constantemente. 9,9 de cada 10 matones de instituto elegirían a Valentín como su víctima preferida, con la certeza de que sus torturas no les van a reportar ningún perjuicio y si muchos momentos de placer sádico y demencial.
Lo bueno del acoso escolar o Bulling (palabreja que, mire usted, ahora se ha puesto de moda), es que una vez que terminas los estudios pierdes de vista para siempre a toda esa panda de malnacidos hijos de la gran puta que te hicieron la vida imposible durante ese reducido periodo de tu vida, pero hasta para eso Valentín ha tenido mala suerte; él nunca perderá de vista a sus torturadores, todo lo contrario, ellos irán rejuveneciendo, aprenderán nuevas formas para humillarle, serán tecnológicamente más hábiles, ahora, ya pueden difundir por internet las vejaciones que sobre él se cometen, ponerle además una melodía graciosa de fondo que resalte aun más el patetismo, incluso, si llegara a pensar en librarse por una vez de la quema, editaran sus palabras, harán un montaje burlesco que le deje a la altura del betún y luego cogerán todo este material audiovisual y lo difundirán por la red global. Sus familiares y personas más cercanas repudiaran todavía más a su persona y con ellos también, completos desconocidos, gentes de todas partes del mundo disfrutaran de su desdicha.
Valentín, ira volviéndose cada vez más viejo, débil, loco y torturado; cada vez es más víctima y menos persona, porque Valentín, por si todavía no lo habíais advertido, es un profesor de instituto y el azar ha querido que se junten uno de los institutos más conflictivos de la ciudad con una de las personas con menos personalidad que este humilde barman haya visto jamás.
En sus clases pueden cuestionar su liderazgo, sublevársele, ponerle la zancadilla, burlarse constantemente desde el momento en que empieza a pasar lista, ponerle motes (aunque en realidad tiene un mote perpetuo que se trasmite por el boca a boca, de generación en generación y que por respeto y caballerosidad será obviado en este texto), lanzar papelitos en llamas, impedirle dar la clase, pedirle sutilmente que les enseñe las canciones que le obligaban a cantar cuando iba al colegio (véase “Cara al sol”) y así podríamos seguir con una lista interminable.
Si quieren que les dé mi opinión, ya podría el bueno de Valentín enseñarles otras prácticas de los docentes de su época, como por ejemplo, el dar dos ostias sin venir a cuento.
Una vez terminaba con la clase se marchaba tranquilamente en su coche... hasta que uno de sus queridos alumnos decidió que sería muy gracioso tapar el tubo de escape del bólido con un preservativo bien sujeto, cuando Valentín arranco el coche aquello empezó a inflarse ante las risas del gentío, desde el asiento del piloto, Valentín se percato de las carcajadas pero no de que el motivo de ellas era otro, “¿si siempre se reían de el por qué iba a ser ahora distinto?” , aún así aquellas risas le ponían muy nervioso y pisaba con fuerza el acelerador, olvidándose por completo de bajar el freno de mano, el condón crecía más y más a medida que daba fuertes acelerones, hasta que por fin el látex llego a su máxima elasticidad y entonces exploto, el susto fue tan grande que Valentín sufrió una parada cardiaca.
Ya en la cama de su habitación de hospital, pudo reflexionar y decidió que había llegado el momento de coger el toro por los cuernos. Aquella situación no se debía de volver a repetir ni por asomo y así, al fin, Valentín adoptó un cambio drástico en su forma de vivir y comenzó a… usar el transporte público.
Cabizbajo, agarrado a la barra del autobús, Valentín piensa en una jubilación cuya línea de meta ha sido borrada, para ser redibujada más lejos si cabe. No habrá medallas para los ganadores de esta macabra maratón.