Danylo es un violinista ucranio. Hace diez años, Danylo cambió el conservatorio de Kiev por las aceras de Madrid. El lugar elegido para hacer sonar su violín es la puerta del bar, al principio tocaba piezas clásicas, pero poco a poco su repertorio se ha llenado de bandas sonoras horteras y lacrimógenas tonadillas que consiguen ablandar los monederos de las jubiladas del barrio. Su “escenario” no es ni de lejos el mejor de la ciudad para hacer negocio, pero es un rincón donde puede tocar tranquilo, ya que las mafias rumanas le echaron del centro de Madrid. Los capos eligen quienes tocan en cada esquina y si algún músico decide tocarles los cojones, ellos deciden tocarles la cara.
Hasta ahora ha podido tocar cada día, pero el Ayuntamiento de Madrid prepara una nueva ordenanza para controlar el “ruido causado por los músicos” y Danylo no tiene nada claro si podrá seguir trabajando. Cuando entra a tomarse un café para calentar sus dedos a primera hora de la mañana, Danylo siempre me dice lo mismo: “A este paso tengo que vender el violín y ponerme a servir cañas contigo.” La verdad no me extrañaría nada, hace diez años era un gran violinista y ahora no es más que un “rascatripas”.
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