El mundo escudriñado detrás de una barra.

Al otro lado

Cuando era pequeño quería ser un astronauta, bueno, he hecho a más de uno ver las estrellas pero no a través de un trasbordador espacial y he conocido seres que bien podrían venir de un planeta lejano, o al menos eso es lo que desearían ellos.

Recuerdo esto, mientras paso la fregona por el local y borro todas sus huellas, para que todo vuelva a estar igual a como empezó, mi particular big bang.


Muchas de estas personas ya estarán durmiendo plácidamente y no recordaran nada de lo que han hecho hoy, por mi parte, mi misión es la de ser la gran conciencia que atestigüe su paso por este mundo.

No pretendo ser dios, no soy mejor que ellos, juntos formamos un gran club de perdedores condenados al olvido, sin embargo, paro un momento y miro las noticias en la tele y me doy cuenta de que el mundo ahí fuera no es un lugar mucho mejor, lo que pasa aquí no es más que una reproducción a pequeña escala del mundo exterior, algo en mi interior me dice que se puede encontrar la cura dentro de la enfermedad, estas vidas anónimas son el verdadero reflejo de nuestra sociedad, y no la gente que aparecerá en los libros de historia.

Tratare de ordenar el cosmos desde detrás de la barra.

lunes, 30 de mayo de 2011

Jesús y Alberto

Jesús y Alberto son los “munipas” del barrio, a los dos les conozco desde que eran unos “pitufos”. Todas las mañanas vienen a desayunar al bar, siempre me gusta joder a Jesús poniéndole un toque irlandés en su café. Sé de sobra que no puede beber estando de servicio, pero el muy cabrón finge no darse cuenta del sabor a whisky y se lo acaba tomando sin rechistar. 
Si Jesús no hubiese entrado a la policía hubiese sido un delincuente,  de hecho no estoy muy seguro si no lo es pese a llevar un uniforme. En el instituto era el más liante de todos sus compañeros, dedicaba su vida a joder la de los demás. Siempre andaba metido en todo o metiéndose de todo. Sus padres tenían claro que ya que iba a pasar la vida en una comisaría, sería mejor que por lo menos cobrase por ello. Aunque para cobrar, cobrar… los que cobran son los niñatos que se pasan de listos delante de él. Pese a que hay algo en ellos que le recuerda a él mismo, Jesús se muestra. Un día se jactaba en el bar de lo que le había hecho a uno de esos críos ese mismo día. Un “perroflauta” que cometió el error de gritarle a Jesús mientras le cacheaban: “¡Más os tenían que matar!”. Al llegar a la comisaría Jesús saco un par de “gramos” del “cajón de los marrones” y los metió en una bolsa junto a una china de hachís incautada al incauto melenudo. En menos de un mes le llegará la denuncia, y lo que nunca podrá demostrar es que aquella papela pertenecía a otro joven que fue más educado con Jesús. 

Su compañero ríe mientras escucha la anécdota, pero en realidad Alberto es completamente distinto al capullo de su amigo. Alberto es listo, trabajador y honrado, además de ser un buen policía, pero le permite todo a Jesús porque siempre han sido amigos, siempre le ha tenido mucho respeto. La familia de Alberto no tiene dinero y cuando cumplió los 18, su padre le dio a elegir entre prepararse las oposiciones para policía o meterse a repartir embutidos con él. Alberto decidió ser policía, pero aún así se pasa el día igual que su padre; conduciendo de aquí para allá llevando la parte de atrás del vehículo llena de “chorizos”. En todo lo que lleva de policía sólo ha perdido una vez los papeles. Cuando un pijo universitario le lanzó una botella de Martini llamándole fascista. Alberto le dio un puñetazo al joven que se derrumbo en el suelo en el acto. Jesús le cubrió las espaldas a Alberto. “Jesús se pasa a veces, pero uno siempre puede contar con él.”   


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