El mundo escudriñado detrás de una barra.

Al otro lado

Cuando era pequeño quería ser un astronauta, bueno, he hecho a más de uno ver las estrellas pero no a través de un trasbordador espacial y he conocido seres que bien podrían venir de un planeta lejano, o al menos eso es lo que desearían ellos.

Recuerdo esto, mientras paso la fregona por el local y borro todas sus huellas, para que todo vuelva a estar igual a como empezó, mi particular big bang.


Muchas de estas personas ya estarán durmiendo plácidamente y no recordaran nada de lo que han hecho hoy, por mi parte, mi misión es la de ser la gran conciencia que atestigüe su paso por este mundo.

No pretendo ser dios, no soy mejor que ellos, juntos formamos un gran club de perdedores condenados al olvido, sin embargo, paro un momento y miro las noticias en la tele y me doy cuenta de que el mundo ahí fuera no es un lugar mucho mejor, lo que pasa aquí no es más que una reproducción a pequeña escala del mundo exterior, algo en mi interior me dice que se puede encontrar la cura dentro de la enfermedad, estas vidas anónimas son el verdadero reflejo de nuestra sociedad, y no la gente que aparecerá en los libros de historia.

Tratare de ordenar el cosmos desde detrás de la barra.

martes, 24 de mayo de 2011

Juanlu

Juanlu acaba de cumplir los treinta. Cuando tenía once se imaginaba a esta edad igual que Sonny Crockett, el protagonista de Corrupción en Miami. Pero la realidad es que, al llegar a la treintena, su vida tiene poco que ver con lo que imaginaba. Está casado y tiene tres hijas con una mujer que ya no soporta; apenas consigue trabajar unos cuantos días al mes… y ni rastro del Testarrosa blanco que montaba Don Jones. Se ha tenido que conformar con un BMW tuneado. El único momento decente del día es cuando se pasa con los del barrio por el bar para tomar unos “botijos”.

Decidió salirse del instituto porque estudiar no era para él. Su padre le enchufó en una obra como ferralla. Desde entonces lo único que ha hecho ha sido preñar a su chica de toda la vida, correrse juergas, echar horas y fundirse medio sueldo en tunear su coche. Ahora apenas queda trabajo en la obra, no sabe qué va hacer para mantener a su familia y mucho menos para pagar la hipoteca. Su primera decisión ha sido vender su querido auto… Se le encoge el corazón al contemplar todas sus ventanillas empapeladas con un anuncio de venta. Pero nadie llama, ¿quién va a querer pagar una pasta por un carro personalizado por un mamarracho? 



Culpa de su fracaso a sus padres, a Zapatero, a Rajoy, al banco… pero quizás debería recordar que ellos no fueron los que pasaron de poner una “gomita” en su polla o los que le obligaron a dejar de estudiar, y mucho menos ninguno de ellos se gastó el sueldo de un mes en un alerón gigante cuando las cosas parecían ir bien. 



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